Pero no, mis amigos, familiares, la población en general se conjuraba para implicarme en el proyecto musical del Pla, y yo que intentaba escapar como un idiota. Insensato! No se puede escapar del destino, que dirían los clásicos.
Así pues, mi sino se ha cumplido, y por razones que no puedo explicar demasiado, el pasado domingo me vi yendo al último concierto de la gira en Barcelona (últimamente es lo mío, aunque claro, entre Cohen y Pla media una cordura y demasiados kilometros de falso recorrido). Eso sí, iba rodeado de un plantel de amigos que en ninguna otra circunstancia podrían haber llegado a reunirse: lo que es la vida, tu, y que vueltas que da.
Y debo decir que yo me pensaba que iba a un concierto, y me resignaba. Pero lo cierto es que ya por el lugar del evento debiera haber dudado un tanto de lo que me esperaba, pues el Teatro Poliorama no es, ni mucho menos, el lugar que hubiese imaginado para un recital rockero. Y en efecto, no fue rock lo que vi. Fue un espectáculo grandioso, de una imaginación inusitada, tan sencillo en su planteamiento como entretenido y rompedor en su puesta en práctica: a la mitad del concierto, se apagaron las luces, y cuando digo las luces quiero decir TODAS las luces, y l’Albert apareció con una especie de casco de minero muy sui generis, iluminando la sala con la única ayuda de la bombilla que salía de su cabeza, y recreándonos a todos los presentes en la absoluta intimidad.
Siempre he dicho que Albert Pla, como cree mucha gente es un genio. A mi, personalmente, me la sudaba. Ahora sé que no es un rockero, sino un heredero de la mejor escuela del espectáculo, un señor poetísimo dedicado a la crítica y al pasotismo que dibuja y desdibuja la vida con humor e intimidad. A mi, personalmente, me la sudaba, pero eso era antes. Ahora me pregunto cuando volverá...
Y uno se jode, porque estaba cansado y resacoso, y se pierde el espectáculo. Albert Pla es la puta diferencia.
ResponEliminaA mi, personalmente, me la sudaba! jeje